lunes, 12 de marzo de 2018

«MURDER IS MY BEAT» (1955): ULMER EN «NOIR»

SINOPSIS: El cadáver calcinado de un joven, cuya cabeza y sus manos han sido especialmente dañados, se encuentra en el apartamento de Elen Laine, una cantante de nightclub. Aunque las pruebas impidan la identificación del cadáver, los indicios apuntan a que se trata de la pareja de esta. El detective Ray Patrick asume de manera directa la investigación, en la que con rapidez es detenida y encausada Elen, quien con rapidez será condenada. Sin embargo, cuando es trasladada en ferrocarril acompañada por Patrick, esta creerá ver al hombre que se considera asesinado. Ambos bajarán del tren e iniciarán unas pesquisas que no darán resultado, aunque violenten la condena judicial. De forma paralela, propiciarán que la acusada y el policía inicien una relación sentimental que se tornará inevitable, en medio de la maraña de acontecimientos que envolverán la casi infructuosa búsqueda de ese asesinado que su condenada como asesina, en realidad se encuentra con vida.
COMENTARIO: Tras una primera mirada, y aunque desde el primer momento la película contenga numerosos rasgos y elementos propios del cine de Edgar G. Ulmer, creo que con Murder Is My Beat (1955) se planteó una película —adscrita a la productora Allied Artist—, que se integrara dentro de las tendencias que en aquellos años caracterizaban los thriller de serie B, firmados por Phil Karlson, Gordon Douglas, Joseph H. Lewis y otros realizadores del mismo corte. Todos ellos fueron especialistas en títulos de gran fisicidad, escasa duración y concisión narrativa. Y junto a estos elementos concretos se da cita un sentido de lo inmediato, cercanía y contraste con un mundo urbano y rural en el que un aparente abrazo a la sociedad del bienestar, no logra ocultar los miedos y atavismos del ser humano. Pero del mismo modo, hay detalles que separan esta propuesta de aquellas caracterizadas por los rasgos que hemos apuntado. Una vez más, y pese a ubicarse dentro de unos parámetros poco habituales en su cine, Ulmer no dejó de ser Ulmer —era lógico que así suceda con un realizador de su acusada personalidad—. La primera de estas características se define en sus propias condiciones de producción —su reparto es totalmente anónimo— y no se puede ocultar que el director logró imprimir las coordenadas de su impronta cinematográfica, aunque quizá sea cierto que en esta ocasión se encuentre expuesta de forma más mitigada que en otros de sus títulos. Es curioso consignar este detalle, ya que puede que Murder Is My Beat sea un producto más sólido y estimulante que otros exponentes de su filmografía, aunque su resultado creo que aparezca como menos personal —lo cual quizá ponga en tela de juicio la real validez del concepto de «personal» en su definitiva plasmación cinematográfica—. En el contexto de un cineasta caracterizado por sus estrechos márgenes presupuestarios y el talento y personalidad que tenía que ofrecer para remontarlas, es fácil encontrarse con un rasgo aparentemente contradictorio como este.
   Murder Is My Beat parte de un relato de corte policíaco que describe la inseguridad entremezclada de cierta fascinación, que un ya curtido oficial muestra hacia la acusada del asesinato de un joven. El oficial es Ray Patrick (Paul Langton), encargado de esclarecer el crimen señalado, cuyo cadáver se encuentra casi carbonizado y sin posibilidad de identificación. Dicha circunstancia es la que producirá esa afinidad, encontrándose el cuerpo en el apartamento de Elen Laine (Barbara Payton). Esta es detenida y acusada, trasladándose en tren desde la penitenciaría del estado acompañada de Patrick. La muchacha no opone resistencia a la acusación, aunque en el trayecto señala haber visto al en teoría asesinado por la ventana del vagón del ferrocarril y en el andén de una estación. El detective desconfía de las afirmaciones de la detenida, pero la convicción con que esta las reitera, unido a un sentimiento aún no asimilado por Elen, llevará al veterano detective a virar el cumplimiento de su objetivo, y proporcionarle una semana para lograr dar con su paradero. Incluso la ayudará en unas pesquisas cuyos resultados le llevarán a sospechar de su compañera de apartamento, y le acercan al propietario de una fábrica, definido en el entorno de una adinerada y dominante esposa. El tiempo de la tregua finaliza sin embargo sin lograr el resultado apetecido, hasta que se incorpora el capitán Rawley (Robert Shyane), que ha localizado la fuga de su subordinado con la encausada. Del mismo modo que a él lo convenció Elen, Patrick lo hace con su superior, logrando la tregua de un día para lograr desvelar y probar la intuición que tiene de la inocencia de la acusada.
   El relato del argumento, de forma clara nos acerca a los cánones expresados en el thriller de los cincuenta en los exponentes antes señalados al inicio, pero la propuesta de Ulmer se distancia de estos por la aplicación de una mayor frialdad, dotando al propio tiempo a sus imágenes de un aire bastante perturbador. Algo que se aprecia en esos momentos iniciales, definidos por el discurrir de un coche por un bosque. Un título como el que nos ocupa, no deja de recordarme —con cierta desventaja— las abstracciones que en aquellos años puso en práctica Jacques Tourneur en Nightfall (1956) o La noche del demonio (1957). La importancia determinante de los exteriores —la secuencia en la que el protagonista busca a la huída a través del temporal de nieve—, la sequedad de su tratamiento —esa irónica denominación de la localidad que centran las pesquisas; Lindaville, o las composiciones arquitectónicas que se describen en la película—, son una querencia especial del cine de Ulmer. Algo que tiene una especial expresión en las visitas a la fábrica de cerámica y, muy especialmente, en la breve secuencia desarrollada en la iglesia, donde la simetría de su diseño y planificación, nos remiten a uno de los rasgos más personales de su cine. Y señalo esta circunstancia, cuando es facil de apreciar las semejanzas que se plantean con la célebre Detour. Murder Is My Beat se desarrolla en un flashback y lo hace además a través de caminos, carreteras y trayectos en tren. Resultará a este respecto interesante comparar lo que significa la figura del ferrocarril en esta película y en Ulmer, con otros thrillers desarrollados en este medio de transporte, firmados por el ya citado Tourneur, Richard Fleischer o Anthony Mann. Es en ese contraste, esa frialdad, y ese elemento de ascendencia europea, donde hay que buscar las mayores virtudes de una película extraña e imperfecta, aplicada y por momentos carente del arrojo de otros títulos avalados por su realizador. Con todas estas características, con un uso menguado de su tan útil y recurrente «retroproyección», y una querencia también puntual de sus primeros planos que hablan de terrores escondidos. En esta ocasión ello se expresa en las secuencias finales con mrs. Sparrow (Kate Mackenna), quien se suicidará siendo incapaz dentro de su férreo puritanismo, de aceptar la infidelidad constante de su esposo. Una conclusión esta que se basa en una intuición mostrada en muy pocos planos de acertada disposición. Con ellos, concluirá esta rareza —si se le puede denominar así— que supone encontrar un título relativamente entroncado con un género y una época determinada. Y ello es extraño en el realizador que discurrió siempre por senderos totalmente personales y a contracorriente; que se lanzara a una película que recurre a un relativo a al mismo tiempo noble convencionalismo como género.•