SINOPSIS: El cadáver calcinado de un joven, cuya cabeza y
sus manos han sido especialmente dañados, se encuentra en el apartamento de Elen
Laine, una cantante de nightclub. Aunque las pruebas impidan la identificación
del cadáver, los indicios apuntan a que se trata de la pareja de esta. El
detective Ray Patrick asume de manera directa la investigación, en la que con
rapidez es detenida y encausada Elen, quien con rapidez será condenada. Sin
embargo, cuando es trasladada en ferrocarril acompañada por Patrick, esta creerá
ver al hombre que se considera asesinado. Ambos bajarán del tren e iniciarán
unas pesquisas que no darán resultado, aunque violenten la condena judicial. De
forma paralela, propiciarán que la acusada y el policía inicien una relación
sentimental que se tornará inevitable, en medio de la maraña de acontecimientos
que envolverán la casi infructuosa búsqueda de ese asesinado que su condenada
como asesina, en realidad se encuentra con vida.
COMENTARIO: Tras una primera mirada, y aunque desde el
primer momento la película contenga numerosos rasgos y elementos propios del
cine de Edgar G. Ulmer, creo que con Murder Is My Beat (1955) se
planteó una película —adscrita a la productora Allied Artist—, que se integrara
dentro de las tendencias que en aquellos años caracterizaban los
thriller de serie B, firmados por Phil Karlson, Gordon
Douglas, Joseph H. Lewis y otros realizadores del mismo corte. Todos ellos
fueron especialistas en títulos de gran fisicidad, escasa duración y concisión
narrativa. Y junto a estos elementos concretos se da cita un sentido de lo
inmediato, cercanía y contraste con un mundo urbano y rural en el que un
aparente abrazo a la sociedad del bienestar, no logra ocultar los miedos y
atavismos del ser humano. Pero del mismo modo, hay detalles que separan esta
propuesta de aquellas caracterizadas por los rasgos que hemos apuntado. Una vez
más, y pese a ubicarse dentro de unos parámetros poco habituales en su cine,
Ulmer no dejó de ser Ulmer —era lógico que así suceda con un realizador de su
acusada personalidad—. La primera de estas características se define en sus
propias condiciones de producción —su reparto es totalmente anónimo— y no se
puede ocultar que el director logró imprimir las coordenadas de su impronta
cinematográfica, aunque quizá sea cierto que en esta ocasión se encuentre
expuesta de forma más mitigada que en otros de sus títulos. Es curioso consignar
este detalle, ya que puede que Murder Is My Beat sea un producto más
sólido y estimulante que otros exponentes de su filmografía, aunque su resultado
creo que aparezca como menos personal —lo cual quizá ponga en tela de juicio la
real validez del concepto de «personal» en su definitiva plasmación
cinematográfica—. En el contexto de un cineasta caracterizado por sus estrechos
márgenes presupuestarios y el talento y personalidad que tenía que ofrecer para
remontarlas, es fácil encontrarse con un rasgo aparentemente contradictorio como
este.
Murder Is My Beat parte de un
relato de corte policíaco que describe la inseguridad entremezclada de cierta
fascinación, que un ya curtido oficial muestra hacia la acusada del asesinato de
un joven. El oficial es Ray Patrick (Paul Langton), encargado de esclarecer el
crimen señalado, cuyo cadáver se encuentra casi carbonizado y sin posibilidad de
identificación. Dicha circunstancia es la que producirá esa afinidad,
encontrándose el cuerpo en el apartamento de Elen Laine (Barbara Payton). Esta
es detenida y acusada, trasladándose en tren desde la penitenciaría del estado
acompañada de Patrick. La muchacha no opone resistencia a la acusación, aunque
en el trayecto señala haber visto al en teoría asesinado por la ventana del
vagón del ferrocarril y en el andén de una estación. El detective desconfía de
las afirmaciones de la detenida, pero la convicción con que esta las reitera,
unido a un sentimiento aún no asimilado por Elen, llevará al veterano detective
a virar el cumplimiento de su objetivo, y proporcionarle una semana para lograr
dar con su paradero. Incluso la ayudará en unas pesquisas cuyos resultados le
llevarán a sospechar de su compañera de apartamento, y le acercan al propietario
de una fábrica, definido en el entorno de una adinerada y dominante esposa. El
tiempo de la tregua finaliza sin embargo sin lograr el resultado apetecido,
hasta que se incorpora el capitán Rawley (Robert Shyane), que ha localizado la
fuga de su subordinado con la encausada. Del mismo modo que a él lo convenció
Elen, Patrick lo hace con su superior, logrando la tregua de un día para lograr
desvelar y probar la intuición que tiene de la inocencia de la
acusada.
El relato del argumento, de forma clara
nos acerca a los cánones expresados en el thriller de los cincuenta en
los exponentes antes señalados al inicio, pero la propuesta de Ulmer se
distancia de estos por la aplicación de una mayor frialdad, dotando al propio
tiempo a sus imágenes de un aire bastante perturbador. Algo que se aprecia en
esos momentos iniciales, definidos por el discurrir de un coche por un bosque.
Un título como el que nos ocupa, no deja de recordarme —con cierta desventaja—
las abstracciones que en aquellos años puso en práctica Jacques Tourneur en
Nightfall (1956) o La noche del demonio (1957). La importancia
determinante de los exteriores —la secuencia en la que el protagonista busca a
la huída a través del temporal de nieve—, la sequedad de su tratamiento —esa
irónica denominación de la localidad que centran las pesquisas;
Lindaville, o las composiciones arquitectónicas que se describen en la
película—, son una querencia especial del cine de Ulmer. Algo que tiene una
especial expresión en las visitas a la fábrica de cerámica y, muy especialmente,
en la breve secuencia desarrollada en la iglesia, donde la simetría de su diseño
y planificación, nos remiten a uno de los rasgos más personales de su cine. Y
señalo esta circunstancia, cuando es facil de apreciar las semejanzas que se
plantean con la célebre Detour. Murder Is My Beat se
desarrolla en un flashback y lo hace además a través de caminos,
carreteras y trayectos en tren. Resultará a este respecto interesante comparar
lo que significa la figura del ferrocarril en esta película y en Ulmer, con
otros thrillers desarrollados en este medio de transporte, firmados por
el ya citado Tourneur, Richard Fleischer o Anthony Mann. Es en ese contraste,
esa frialdad, y ese elemento de ascendencia europea, donde hay que buscar las
mayores virtudes de una película extraña e imperfecta, aplicada y por momentos
carente del arrojo de otros títulos avalados por su realizador. Con todas estas
características, con un uso menguado de su tan útil y recurrente
«retroproyección», y una querencia también puntual de sus primeros planos que
hablan de terrores escondidos. En esta ocasión ello se expresa en las secuencias
finales con mrs. Sparrow (Kate Mackenna), quien se suicidará siendo incapaz
dentro de su férreo puritanismo, de aceptar la infidelidad constante de su
esposo. Una conclusión esta que se basa en una intuición mostrada en muy pocos
planos de acertada disposición. Con ellos, concluirá esta rareza —si se le puede
denominar así— que supone encontrar un título relativamente entroncado con un
género y una época determinada. Y ello es extraño en el realizador que discurrió
siempre por senderos totalmente personales y a contracorriente; que se lanzara a
una película que recurre a un relativo a al mismo tiempo noble convencionalismo
como género.•
Juan Carlos Vizcaíno