jueves, 15 de febrero de 2018

«MAN HUNT» (1941): LA JOYA «OCULTA» AMERICANA DE FRITZ LANG


SINOPSIS: Mientras realiza prácticas de tiro con su escopeta, el capitán Thorndike, un súbdito inglés, encuentra de forma casual en su punto de mira la figura de Adolf Hitler. Si bien su subconsciente le dicta no perder semejante oportunidad de oro para asesinar al lider nacionalsocialista, el propósito real de Thorndike es evitar cualquier situación que comprometa su vida. Pero antes de abandonar la zona boscosa donde se encuentra semiescondido, un grupo de nazis que custodian la residencia donde se aloja temporalmente Hitler lo apresan para posteriormente interrogarle empleando prácticas de tortura. A raíz de un descuido de los oficiales que lo vigilan, Thorndike emprende una larga huida que le llevará clandestinamente en barco hasta la costa inglesa. El pequeño polizón Vaner le resultará de suma ayuda para pasar inadvertido en la bodega del barco. Pero durante su estancia en suelo británico, Thorndike no puede evitar desconfiar de cualquier individuo, sabedor que detrás de una aparente imagen de leal compatriota se puede ocultar un agente secreto nazi.
COMENTARIO: Al estallar la Segunda Guerra Mundial pocos fueron los films norteamericanos que abogaron por la participación activa de los Estados Unidos en un conflicto a escala mundial que duraría algo más de un lustro. Identificado el enemigo cabía, pues, lanzar un mensaje propagandístico a través del cine pero sin que perdiera comba el sentido del espectáculo, del entretenimiento para con los espectadores de una nación que empezaba a levantar el vuelo tras los estragos sociales y económicos que había causado la Gran Depresión. Esa tímida ofensiva, en forma de avanzadilla para combatir al enemigo desde las trincheras del celuloide, llegaría merced a un puñado de producciones acogidas, entre otras compañías, por la Warner —Confessions of a Nazi Spy (1939), El sargento York (1941)—, la Metro —The Mortal Storm (1940)—, la Walter Wanger Productions —Enviado especial (1941), la segunda película americana de Alfred Hitchcock— y la Fox —Un americano en la RAF (1940), Manhunt (1941)—. De esta última, la censura franquista se encargaría de impedir su estreno en las salas comerciales españolas, teniendo como consecuencia directa el desconocimiento por parte incluso de un público cinéfilo seguidor de las andanzas de su realizador, Fritz Lang.
   Contados pases en filmotecas, en atención a algún que otro tributo al cineasta germano, o por aisladas emisiones en la pequeña pantalla no bastarían para que Manhunt se alineara entre aquellas obras de verdadero empaque de la filmografía de Lang en su etapa norteamericana. Cumplido el setenta aniversario de su estreno internacional, por fin podemos disfrutar de su edición en formato digital, llenando un hueco indispensable para configurar el particular cosmos cinematográfico de su realizador, en que no faltan dos de las patas que sustentan su discurso crítico: el hombre enfrentado a una maquinaria de poder que debe superar un tortuoso y largo  proceso de aprendizaje/asimilación; y las organizaciones secretas que actúan a la manera de contrapoder o apéndice de una institución gubernamental. Pese a que la novela Rogue Male (1939) que sirve de base argumental a Manhunt no contiene alusión alguna a los nazis —el «enemigo» se formula en abstracto—, Fritz Lang identificaría a esa «sociedad Mabuse» a batir como la nazi, capaz de alimentar una persecución sin cuartel, a la caza y captura de Alan Thorndike (excelente Walter Pidgeon) después de haber tratado de atentar contra Adolf Hitler. Pero, como buena parte del cine de Lang, los mecanismos que confieren entidad propia a su corpus fílmico se rigen preferentemente por lo sugestivo de una imagen que saca a relucir infinidad de matices psicológicos de los personajes inscritos en la trama. De ahí que el arranque de Man Hunt manifieste un pensamiento que se corrige sobre otro; la ilusión se solapa con la decisión… de acabar con la vida del Führer. Solo el azar llevará a Thorndike a ver frustrados sus deseos —oportunamente, Paul M. Jensen señala en su monografía sobre Lang (1) los paralelismos existentes entre la secuencia de obertura de Manhunt con una localizada en Los Nibelungos: La muerte de Sigfrido (1922)— y con ello el cumplimiento de un auténtico via crucis hasta volver sobre un similar punto de partida, pero con una perspectiva renovada.
   Necesariamente y aún más tratándose de una historia articulada para predisponer a la población autóctona en contra del avance inexorable del ejército alemán, Manhunt promueve desde el primer fotograma la idea de la identificación del espectador para con el personaje de Thorndike. El guión de Dudley Nichols pensado inicialmente para que lo tradujera en imágenes John Ford, se orienta para reforzar esta perspectiva, confiriéndole al capitán británico un aire paternalista, unido a un sentimiento de «camaradería», en relación a Vaner (Roddy McDowall) —en la novela el subalterno del barco no es el adolescente que vemos en pantalla sino una persona de mediana edad—, y mostrando su vena romántica en correspondencia a los estímulos amorosos que provienen del personaje de la prostituta Jerry Stokes (Joan Bennett), la «encubridora» del Capitán al arribar al puerto de Londres. Ensamblados con precisión los mecanismos psicológicos que operan en Manhunt, a Nichols —en concordancia con el pensamiento de Lang— le restaba desplazar uno de los tramos intermedios de la novela de Geoffrey Household, el que tiene lugar en el suburbano londinense, situándolo a modo de clímax. Allí el film se exhibe como un tratado de primera mano sobre la sutileza, el cuidado por el detalle. Una planificación, en suma, poseedora de una pluscuamperfecta orquestación de planos para su desarrollo final, en que se nos muestra al Lang más cercano a la obra de Carol Reed, algo que ya habíamos podido advertir en secuencias anteriores con esa capital inglesa en horario nocturno en que las luces de las farolas se reflejan en los charcos de agua mientras el adversario de Thorndike, el Sr. Jones (John Carradine), se encuentra al acecho. Una amenaza en la sombra de la que no nos desprendemos hasta una suerte de epílogo que tiene un tanto de imposición de la época —el código Hays se afianzaba en calidad de ente censor y/o «regulador» del mercado—. Un «mal» menor, en todo caso, para un film que Lang se apremió a montar a escondidas —con la «complicidad» del editor Allen McNeil— de la propia productora, sabiéndose que su prestigio hubiera quedado un tanto en entredicho de haber encadenado tres films para la Fox —los westerns La venganza de Frank James (1940) y Espíritu de conquista (1941) le precedieron— «desnaturalizados»  en sus contenidos críticos ya sea por su adscripción genérica o por sus servidumbres a las producciones de cariz propagandístico. Afortunadamente, El hombre atrapado sortearía con (elevada) nota las trampas dispuestas sobre el camino de su (pre)producción.
Christian Aguilera



 (1)  Fritz Lang de Paul M. Jensen. Ediciones JC. Madrid, 1990.









domingo, 11 de febrero de 2018

«MOONTIDE» (1942): EL PUERTO DE LAS BRUMAS

SINOPSIS: Bobo es un estibador francés que recorre los Estados Unidos ganándose la vida como mejor puede, y se deja acompañar por Tiny, un holgazán que vive a sus expensas. Mientras ambos están en la localidad costera de San Pablo, California, Bobo se ve implicado en el misterioso asesinato, por estrangulamiento, de un viejo marinero. También salva de morir ahogada a una muchacha, Anna, que intentaba quitarse la vida en el mar. Ambos se enamoran y deciden hacer planes matrimoniales. Pero Tiny está al acecho, amenazando con revelar un oscuro episodio del pasado de Bobo.
COMENTARIO: Moontide (1942) es, de entrada, una de esas curiosidades que forzosamente llaman la atención. Se trata, en primer lugar, de una producción de la Twentieth Century Fox que empezó a dirigir nada menos que Fritz Lang, pero una serie de desdichados problemas de producción dieron al traste con su participación en el film, que abandonó al poco de haberlo empezado, siendo sustituido por Archie Mayo, quien concluyó y firmó la película. Moontide supuso, además, el primer trabajo para la cinematografía hollywoodiense del célebre astro francés Jean Gabin, exiliado en los Estados Unidos como consecuencia de la ocupación alemana de Francia. Por si fuera poco, hay que añadir que el film cuenta con una extraña secuencia onírica —la noche de borrachera del personaje de Bobo (Gabin)— diseñada por Salvador Dalí (¡), por más que este dato haya conocido escasa difusión, en beneficio de la más famosa colaboración llevada a cabo por el pintor catalán en Hollywood: la que desempeñó para Alfred Hitchcock en Recuerda (1945). [Nota bene: para más información, consúltese el documentadísimo texto de Christian Aguilera que acompaña a la edición en DVD de Moontide llevado a cabo por la firma Bang Bang Movies dentro de su colección “Los esenciales del cine negro”.]
   Si todo esto, a lo cual podemos añadir la presencia en el reparto de otros tres intérpretes de carácter tan excelentes como Ida Lupino, Thomas Mitchell y Claude Rains, ya son motivos más que suficientes para estimular la curiosidad del cinéfilo, más gratificante resulta el comprobar que, en sus líneas generales, la película resultante es harto estimulante. A falta de saber a ciencia cierta qué escenas del film fueron realizadas por Lang, suponiendo que las mismas sobrevivieran al montaje definitivo, de entrada no resulta nada extraño el considerar que el autor de M, el vampiro de Düsseldorf (1931) pudiese sentir interés hacia una trama como la que relata Moontide, la cual adapta una novela del actor, novelista y dramaturgo William Robertson sobre la base de un guión firmado por John O’Hara y un no acreditado Nunnally Johnson. Lo digo porque en el argumento de Moontide no resulta difícil ver algunos temas que eran habituales en Lang, tal es el caso del peso del pasado y de qué modo el mismo influye sobre las acciones y el carácter de los personajes (una variante, bastante practicada por Lang a lo largo de su brillante filmografía, sobre la temática del destino), o en particular, el conflicto entre sentimiento amoroso y el impulso de asesinar (algo, asimismo, muy frecuente en Lang: en muchas de sus mejores películas —Sólo se vive una vez (1937), La mujer del cuadro (1944), Perversidad (1945), Secreto tras la puerta (1948), House by the River (1950), Encubridora (1952), Clash by Night (1952), Los sobornados (1953), Deseos humanos (1954), incluso en el díptico El tigre de Esnapur (1959) / La tumba india (1960)—, el amor y/o el sexo son la base o la inspiración de la violencia, bien sea la venganza por la muerte del ser amado, o bien el asesinato como vía para la consecución de la consumación del deseo sexual por alguien).
    El peso del pasado, como digo, se encuentra muy presente en la caracterización de varios de los personajes de Moontide, tal es el caso de Bobo, un estibador francés, vagabundo y que vive al día, y que se encuentra casualmente en la localidad costera de San Pablo, California, sobre el cual penden las sospechas de que, cuando bebe en exceso (y lo hace con frecuencia), pierde el control sobre sí mismo y es capaz, se dice, de estrangular a un hombre hasta matarle, y por eso mismo se sospecha que pueda ser el responsable, en circunstancias parecidas a las mencionadas, del asesinato de Pop Kelly (Arthur Aylesworth), un viejo marinero de la zona. Lo mismo ocurre con Anna (Ida Lupino), la joven a la cual Bobo ha salvado la vida, rescatándola del mar en donde se ha internado con la intención de ahogarse, y respecto a la cual nunca sabremos las razones que la condujeron a tan drástica decisión; y con Tiny (Thomas Mitchell), el compañero de viaje de Bobo, quien parece ocultar oscuros secretos del pasado del hombre al que acompaña a todos lados y a expensas del cual vive, cual parásito. Un secretismo, o si se prefiere un misterio, que se extiende a personajes secundarios que, con su presencia, contribuyen a reforzar esa atmósfera de incertidumbre, tal es el caso de Nutsy (Claude Rains), el amigo de Bobo y Anna que se gana la vida como vigilante nocturno de los almacenes del puerto, pero cuyo aspecto, conducta y elegante forma de hablar sugiere la presencia de alguien refinado venido a menos (hay un momento en el cual el personaje afirma haber cursado estudios universitarios, lo cual hace más extraño verle desenvolverse ahora por esos ambientes); e, incluso, del Dr. Frank Brothers (Jerome Cowan), el hombre que intenta salir a pasear en lancha con una joven que no es su esposa —un personaje sin nombre: otra figura misteriosa (Helene Reynolds)—, quizá huyendo de quién sabe qué desastroso matrimonio.
    También se encuentra muy presente en Moontide, repito, esa asociación tan “languiana” entre amor y sexo, violencia y asesinato. Ya hemos mencionado que en torno al personaje de Bobo recae la sospecha de que, cuando se emborracha, puede tener reacciones brutales; como él mismo le confiesa a Anna, en cierta ocasión estuvo a punto de estrangular a un hombre que, previamente, había intentado matarle con un cuchillo; de hecho, antes de que se produzca esa confesión y de que conozca a Anna, hemos visto a Bobo liar una pelea en un bar por coquetear en exceso con “la chica” de otro hombre; después de este incidente, y de una larga noche de borrachera, le vemos intentando echarse agua sobre la cabeza para despejarse, sin darse cuenta de que lleva puesto un sombrero de capitán de barco: se trata, a simple vista, de un mero rasgo de humor destinado a describir la despreocupación del personaje, pero más adelante recordaremos que, en efecto, Bobo antes no llevaba sombrero alguno, y que ese gorro pertenece —lleva su nombre escrito en el forro interior— a Pop Kelly, el viejo marino asesinado, presuntamente, por Bobo. Ello parece justificar la ambigüedad de la conducta de Tiny, quien al parecer ha sido testigo del asesinato de Pop Kelly a manos —se supone— de Bobo, y parece temer que la policía pueda detener a Bobo e implicarle a él, en calidad de cómplice o encubridor, de este crimen. Por otro lado, y por más que ella se niega a contarlo y que Bobo respeta su decisión de no darle detalles, sobre el intento de suicidio de Anna pende la posibilidad de que haya sido provocado por un desengaño amoroso, sospecha que adquiere fuerza a partir del momento en que Anna se enamora de Bobo y recupera, así, una ilusión por vivir que creía perdida.
Por más que se eche en falta la turbulencia y sequedad que Fritz Lang hubiese podido transmitirle a esta curiosa historia de personajes solitarios, lo cierto es que el realizador Archie Mayo —o Archie L. Mayo, tal y como figura en algunos lugares—, y a quien se le deben algunos títulos de interés, como La senda del crimen (1930), Svengali (1931) o El bosque petrificado (1936), solventa Moontide con elegancia y eficacia. Apoyado en la gran labor de sus intérpretes —magníficos Gabin, Lupino, Mitchell y Rains—, y en la ejemplar labor fotográfica de Charles G. Clarke y un no acreditado Lucien Ballard, consigue una película aparentemente pequeña y modesta de formato, que transcurre en escasos y limitados escenarios —el bar El Punto Rojo; el hotel donde se aloja Bobo antes de trasladarse definitivamente a la casa flotante junto al rompeolas, donde acepta vivir y ganarse la vida vendiendo cebo para los pescadores; la lancha del Dr. Brothers—, pero extrae de los mismos, así como del dibujo de las relaciones entre los personajes, una notable intensidad. Anotemos al respecto la excelente presentación de Bobo, Tiny y Nutsy en El Punto Rojo, en una secuencia de una coreografía casi musical; la intensidad de los momentos “fuertes”, en particular los que dibujan la amenaza que se cierne sobre la indefensa Anna por culpa de la obsesión de Tiny (no me resisto a señalar ese magnifico plano en el cual vemos a Tiny salir de la oscuridad del rompeolas, y acercándose a Anna, como si fuera un fantasma vengativo); o el espléndido y muy ambiguo clímax en ese mismo rompeolas entre Bobo y Tiny. Anoto, asimismo, la amargura y cruel ironía del “final feliz” del relato, con una Anna con la espalda lesionada y que quizá no podrá volver a andar, volviendo al hogar en brazos de Bobo, convertida así en una especie de “sirena” sin piernas: recordemos que, la primera vez que ambos se encontraron, fue en las aguas del mar de las cuales fue rescatada / “pescada”.

Tomás Fernández Valentí




lunes, 5 de febrero de 2018

«CRIMEN A LAS 7» (1962): IMPULSO CRIMINAL

SINOPSIS: Tras su paso por la cárcel por haber cometido una violación, Charles Campbell logra su libertad condicionada a someterse periódicamente a un control psiquiátrico. El médico encargado de evaluar al ex preso Charles Campbell es el doctor Janz. Pero lo que desconoce este últmo es la verdadera psicopatía que padece el joven, capaz de alertar a la policía de su disposición a cometer un crimen a una hora determinada: las siete de la tarde. Consumada su amenaza, Campbell escoge como su nueva víctima al propio doctor Janz. Sin embargo, la presencia de Terry, la sobrina del prestigioso psiquiatra en su consulto, acaba por desbaratar los planes del enfermo mental y asesino...
COMENTARIO: Aunque Robert Bloch (1917-1994) no fue requerido por Alfred Hitchcock para la confección del libreto de Psicosis (1960) surgido de su propia novela (semejante tarea recaería en Joseph Stefano) siempre se mostró satisfecho de los resultados de su adaptación cinematográfica. La razón del porqué Hitchcock no requirió de sus servicios se debe a que consideraba la pieza literaria escrita por Bloch de segundo o tercer nivel, eso sí, con una brillante idea (el asesinato en la ducha de Marian) que utilizaría convenientemente en su traslación a la gran pantalla. Ironías del destino, el maestro británico le reservó plaza en la nómina de guionistas de la serie Alfred Hitchcock presenta (1960-1962), en la que Block participó en la confección de un total de seis episodios. Ciertamente, su debut en calidad de guionista cinematográfico no llegaría hasta la producción The Couch (1962), en que la Warner Bros. entendió que su aportación resultaría beneficiosa para un proyecto orquestado por Owen Crump, cuyo curriculum vitae remite a su actividad radiofónica, de documentalista uno de sus cortos llegó a ser nominado a los Oscar en su categoría— y de cineasta en el seno de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. Pero desde un punto de vista privado, Crump formó parte de la familia Fairbanks, al haber contraído primeras nupcias con Lucile, la sobrina de Douglas Fairbanks, Jr,, uno de los cofundadores de United Artists. Otro de los cofundadores de otra gran empresa cinematográfica en este caso, una major, Jack Warner, había sido persuadido por Crump para que aportara una cantidad sustancial de dinero en aras a que The Couch («el diván») escapara de la condición de serie B con sus doscientos cincuenta mil dólares de presupuesto. Una cantidad, a todas luces, insuficiente si se pretendía contratar a intérpretes que sirvieran de gancho para la taquilla en una época donde el Actors Studio provisionó de sabia nueva a un Hollywood en plena transformación. De sus filas salió Shirley Knight, la presencia femenina más destacable de The Couch, relacionada con los otros vértices del relato, su tío el doctor Janz (Onslow Stevens, en su último crédito para la gran pantalla) y Charles Campbell (Grant Williams), el joven perturbado mentalmente al que la chica trata de mitigar su pulsión asesina.
    Nacida a partir de una historia original servida por Blake Edwards, a la sazón sobrino del propio Owen Crump, Crimen a las 7 el título de reminiscencias a la obra de Agatha Christie escogido para su estreno en nuestro país— participa de ese cine angloamericano manufacturado entre finales de los años cincuenta y principios de los años sesenta con claras implicaciones psicoanalíticas en aras al desarrollo y conocimiento de los personajes en liza. En esta tesitura, The Couch comparte espacio con títulos como Las tres caras de Eva (1957), El gabinete del doctor Caligari (1962) con guión del propio Bloch— o la inglesa Crimen al atardecer (1961). En su búsqueda de un carácter singular que las diferencie del resto de producciones en que el factor del psicoanálisis tiene una incidencia directa en el comportamiento de los personajes, Owen Crump precisó del concurso de Robert Bloch para adentrarse en la psique de Charles Campbell a través de la serie de sesiones llevadas a cabo por el doctor Janz. En virtud de rebajar el tono discursivo que iba adoptando el guión, Bloch habilitó de forma alternativa una serie de secuencias en exteriores más dinámicas que comprometen a un Campbell decidido a proseguir en su actividad criminal. High points de un relato cinematográfico que necesariamente debe ser observado con los ojos inherentes a una época donde el concepto de «asesino en serie» aún resultaba materia de evaluación, buscando explicaciones convincentes en la forma de actuar de personas de apariencia normal, en algunos casos modelos del american way of life, destinados a integrarse en el seno de una familia típicamente norteamericana. Por ello, la elección de Grant Williams (revelado con su performance de El increíble hombre menguante) tiene cierto fundamento a la hora que el espectador tome contacto con esa doble realidad de un personaje enfrentado a sus propio pasado cuando se estira en el diván que da nombre a un film armado con un cierto gusto estético por parte de Crump y el director de fotografía Harold E. Stine. Ambos profesionales hacen de la emulsión en blanco y negro una elección idónea para ir modelando la psique de un personaje que se mueve en esas zonas de sombras donde se activan esos mecanismos prestos a emular a Norman Bates, aunque sin el ascendente maternal guiando sus destinos.

Christian Aguilera