SINOPSIS: Bobo es un estibador francés que recorre los Estados
Unidos ganándose la vida como mejor puede, y se deja acompañar por Tiny, un
holgazán que vive a sus expensas. Mientras ambos están en la localidad costera
de San Pablo, California, Bobo se ve implicado en el misterioso asesinato, por
estrangulamiento, de un viejo marinero. También salva de morir ahogada a una
muchacha, Anna, que intentaba quitarse la vida en el mar. Ambos se enamoran y
deciden hacer planes matrimoniales. Pero Tiny está al acecho, amenazando con
revelar un oscuro episodio del pasado de Bobo.
COMENTARIO: Moontide (1942) es, de entrada, una de esas
curiosidades que forzosamente llaman la atención. Se trata, en primer lugar, de
una producción de la Twentieth Century Fox que empezó a dirigir nada menos que
Fritz Lang, pero una serie de desdichados problemas de producción dieron al
traste con su participación en el film, que abandonó al poco de haberlo
empezado, siendo sustituido por Archie Mayo, quien concluyó y firmó la película.
Moontide supuso, además, el primer trabajo para la cinematografía
hollywoodiense del célebre astro francés Jean Gabin, exiliado en los
Estados Unidos como consecuencia de la ocupación alemana de Francia. Por si
fuera poco, hay que añadir que el film cuenta con una extraña secuencia onírica
—la noche de borrachera del personaje de Bobo (Gabin)— diseñada por Salvador
Dalí (¡), por más que este dato haya conocido escasa difusión, en beneficio de
la más famosa colaboración llevada a cabo por el pintor catalán en Hollywood: la
que desempeñó para Alfred Hitchcock en Recuerda (1945). [Nota
bene: para más información, consúltese el documentadísimo texto de
Christian Aguilera que acompaña a la edición en DVD de Moontide llevado
a cabo por la firma Bang Bang Movies dentro de su colección “Los esenciales del
cine negro”.]
Si todo esto, a lo cual podemos añadir la presencia en
el reparto de otros tres intérpretes de carácter tan excelentes como Ida Lupino,
Thomas Mitchell y Claude Rains, ya son motivos más que suficientes para
estimular la curiosidad del cinéfilo, más gratificante resulta el comprobar que,
en sus líneas generales, la película resultante es harto estimulante. A falta de
saber a ciencia cierta qué escenas del film fueron realizadas por Lang,
suponiendo que las mismas sobrevivieran al montaje definitivo, de entrada no
resulta nada extraño el considerar que el autor de M, el vampiro de
Düsseldorf (1931) pudiese sentir interés hacia una trama como la que relata
Moontide, la cual adapta una novela del actor, novelista y dramaturgo
William Robertson sobre la base de un guión firmado por John O’Hara y un no
acreditado Nunnally Johnson. Lo digo porque en el argumento de Moontide
no resulta difícil ver algunos temas que eran habituales en Lang, tal es el caso
del peso del pasado y de qué modo el mismo influye sobre las acciones y el
carácter de los personajes (una variante, bastante practicada por Lang a lo
largo de su brillante filmografía, sobre la temática del destino), o en
particular, el conflicto entre sentimiento amoroso y el impulso de asesinar
(algo, asimismo, muy frecuente en Lang: en muchas de sus mejores películas
—Sólo se vive una vez (1937), La mujer del cuadro (1944),
Perversidad (1945), Secreto tras la puerta (1948), House
by the River (1950), Encubridora (1952), Clash by Night
(1952), Los sobornados (1953), Deseos humanos (1954),
incluso en el díptico El tigre de Esnapur (1959) / La tumba india
(1960)—, el amor y/o el sexo son la base o la inspiración de la violencia,
bien sea la venganza por la muerte del ser amado, o bien el asesinato como vía
para la consecución de la consumación del deseo sexual por
alguien).
El peso del pasado, como digo, se encuentra muy
presente en la caracterización de varios de los personajes de Moontide,
tal es el caso de Bobo, un estibador francés, vagabundo y que vive al día, y que
se encuentra casualmente en la localidad costera de San Pablo, California, sobre
el cual penden las sospechas de que, cuando bebe en exceso (y lo hace con
frecuencia), pierde el control sobre sí mismo y es capaz, se dice, de
estrangular a un hombre hasta matarle, y por eso mismo se sospecha que pueda ser
el responsable, en circunstancias parecidas a las mencionadas, del asesinato de
Pop Kelly (Arthur Aylesworth), un viejo marinero de la zona. Lo mismo ocurre con
Anna (Ida Lupino), la joven a la cual Bobo ha salvado la vida, rescatándola del
mar en donde se ha internado con la intención de ahogarse, y respecto a la cual
nunca sabremos las razones que la condujeron a tan drástica decisión; y con Tiny
(Thomas Mitchell), el compañero de viaje de Bobo, quien parece ocultar oscuros
secretos del pasado del hombre al que acompaña a todos lados y a expensas del
cual vive, cual parásito. Un secretismo, o si se prefiere un misterio, que se
extiende a personajes secundarios que, con su presencia, contribuyen a reforzar
esa atmósfera de incertidumbre, tal es el caso de Nutsy (Claude Rains), el amigo
de Bobo y Anna que se gana la vida como vigilante nocturno de los almacenes del
puerto, pero cuyo aspecto, conducta y elegante forma de hablar sugiere la
presencia de alguien refinado venido a menos (hay un momento en el cual el
personaje afirma haber cursado estudios universitarios, lo cual hace más extraño
verle desenvolverse ahora por esos ambientes); e, incluso, del Dr. Frank
Brothers (Jerome Cowan), el hombre que intenta salir a pasear en lancha con una
joven que no es su esposa —un personaje sin nombre: otra figura misteriosa
(Helene Reynolds)—, quizá huyendo de quién sabe qué desastroso
matrimonio.
También se encuentra muy presente en
Moontide, repito, esa asociación tan “languiana” entre amor y sexo,
violencia y asesinato. Ya hemos mencionado que en torno al personaje de Bobo
recae la sospecha de que, cuando se emborracha, puede tener reacciones brutales;
como él mismo le confiesa a Anna, en cierta ocasión estuvo a punto de
estrangular a un hombre que, previamente, había intentado matarle con un
cuchillo; de hecho, antes de que se produzca esa confesión y de que conozca a
Anna, hemos visto a Bobo liar una pelea en un bar por coquetear en exceso con
“la chica” de otro hombre; después de este incidente, y de una larga noche de
borrachera, le vemos intentando echarse agua sobre la cabeza para despejarse,
sin darse cuenta de que lleva puesto un sombrero de capitán de barco: se trata,
a simple vista, de un mero rasgo de humor destinado a describir la
despreocupación del personaje, pero más adelante recordaremos que, en efecto,
Bobo antes no llevaba sombrero alguno, y que ese gorro pertenece —lleva su
nombre escrito en el forro interior— a Pop Kelly, el viejo marino asesinado,
presuntamente, por Bobo. Ello parece justificar la ambigüedad de la conducta de
Tiny, quien al parecer ha sido testigo del asesinato de Pop Kelly a manos —se
supone— de Bobo, y parece temer que la policía pueda detener a Bobo e implicarle
a él, en calidad de cómplice o encubridor, de este crimen. Por otro lado, y por
más que ella se niega a contarlo y que Bobo respeta su decisión de no darle
detalles, sobre el intento de suicidio de Anna pende la posibilidad de que haya
sido provocado por un desengaño amoroso, sospecha que adquiere fuerza a partir
del momento en que Anna se enamora de Bobo y recupera, así, una ilusión por
vivir que creía perdida.
Por más que se eche en falta la turbulencia y sequedad
que Fritz Lang hubiese podido transmitirle a esta curiosa historia de personajes
solitarios, lo cierto es que el realizador Archie Mayo —o Archie L. Mayo, tal y
como figura en algunos lugares—, y a quien se le deben algunos títulos de
interés, como La senda del crimen (1930), Svengali (1931) o
El bosque petrificado (1936), solventa Moontide con elegancia
y eficacia. Apoyado en la gran labor de sus intérpretes —magníficos Gabin,
Lupino, Mitchell y Rains—, y en la ejemplar labor fotográfica de Charles G.
Clarke y un no acreditado Lucien Ballard, consigue una película aparentemente
pequeña y modesta de formato, que transcurre en escasos y limitados escenarios
—el bar El Punto Rojo; el hotel donde se aloja Bobo antes de trasladarse
definitivamente a la casa flotante junto al rompeolas, donde acepta vivir y
ganarse la vida vendiendo cebo para los pescadores; la lancha del Dr. Brothers—,
pero extrae de los mismos, así como del dibujo de las relaciones entre los
personajes, una notable intensidad. Anotemos al respecto la excelente
presentación de Bobo, Tiny y Nutsy en El Punto Rojo, en una secuencia de una
coreografía casi musical; la intensidad de los momentos “fuertes”, en
particular los que dibujan la amenaza que se cierne sobre la indefensa Anna por
culpa de la obsesión de Tiny (no me resisto a señalar ese magnifico plano en el
cual vemos a Tiny salir de la oscuridad del rompeolas, y acercándose a Anna,
como si fuera un fantasma vengativo); o el espléndido y muy ambiguo clímax en
ese mismo rompeolas entre Bobo y Tiny. Anoto, asimismo, la amargura y cruel
ironía del “final feliz” del relato, con una Anna con la espalda lesionada y que
quizá no podrá volver a andar, volviendo al hogar en brazos de Bobo, convertida
así en una especie de “sirena” sin piernas: recordemos que, la primera vez que
ambos se encontraron, fue en las aguas del mar de las cuales fue rescatada /
“pescada”.
Tomás Fernández Valentí
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