domingo, 11 de febrero de 2018

«MOONTIDE» (1942): EL PUERTO DE LAS BRUMAS

SINOPSIS: Bobo es un estibador francés que recorre los Estados Unidos ganándose la vida como mejor puede, y se deja acompañar por Tiny, un holgazán que vive a sus expensas. Mientras ambos están en la localidad costera de San Pablo, California, Bobo se ve implicado en el misterioso asesinato, por estrangulamiento, de un viejo marinero. También salva de morir ahogada a una muchacha, Anna, que intentaba quitarse la vida en el mar. Ambos se enamoran y deciden hacer planes matrimoniales. Pero Tiny está al acecho, amenazando con revelar un oscuro episodio del pasado de Bobo.
COMENTARIO: Moontide (1942) es, de entrada, una de esas curiosidades que forzosamente llaman la atención. Se trata, en primer lugar, de una producción de la Twentieth Century Fox que empezó a dirigir nada menos que Fritz Lang, pero una serie de desdichados problemas de producción dieron al traste con su participación en el film, que abandonó al poco de haberlo empezado, siendo sustituido por Archie Mayo, quien concluyó y firmó la película. Moontide supuso, además, el primer trabajo para la cinematografía hollywoodiense del célebre astro francés Jean Gabin, exiliado en los Estados Unidos como consecuencia de la ocupación alemana de Francia. Por si fuera poco, hay que añadir que el film cuenta con una extraña secuencia onírica —la noche de borrachera del personaje de Bobo (Gabin)— diseñada por Salvador Dalí (¡), por más que este dato haya conocido escasa difusión, en beneficio de la más famosa colaboración llevada a cabo por el pintor catalán en Hollywood: la que desempeñó para Alfred Hitchcock en Recuerda (1945). [Nota bene: para más información, consúltese el documentadísimo texto de Christian Aguilera que acompaña a la edición en DVD de Moontide llevado a cabo por la firma Bang Bang Movies dentro de su colección “Los esenciales del cine negro”.]
   Si todo esto, a lo cual podemos añadir la presencia en el reparto de otros tres intérpretes de carácter tan excelentes como Ida Lupino, Thomas Mitchell y Claude Rains, ya son motivos más que suficientes para estimular la curiosidad del cinéfilo, más gratificante resulta el comprobar que, en sus líneas generales, la película resultante es harto estimulante. A falta de saber a ciencia cierta qué escenas del film fueron realizadas por Lang, suponiendo que las mismas sobrevivieran al montaje definitivo, de entrada no resulta nada extraño el considerar que el autor de M, el vampiro de Düsseldorf (1931) pudiese sentir interés hacia una trama como la que relata Moontide, la cual adapta una novela del actor, novelista y dramaturgo William Robertson sobre la base de un guión firmado por John O’Hara y un no acreditado Nunnally Johnson. Lo digo porque en el argumento de Moontide no resulta difícil ver algunos temas que eran habituales en Lang, tal es el caso del peso del pasado y de qué modo el mismo influye sobre las acciones y el carácter de los personajes (una variante, bastante practicada por Lang a lo largo de su brillante filmografía, sobre la temática del destino), o en particular, el conflicto entre sentimiento amoroso y el impulso de asesinar (algo, asimismo, muy frecuente en Lang: en muchas de sus mejores películas —Sólo se vive una vez (1937), La mujer del cuadro (1944), Perversidad (1945), Secreto tras la puerta (1948), House by the River (1950), Encubridora (1952), Clash by Night (1952), Los sobornados (1953), Deseos humanos (1954), incluso en el díptico El tigre de Esnapur (1959) / La tumba india (1960)—, el amor y/o el sexo son la base o la inspiración de la violencia, bien sea la venganza por la muerte del ser amado, o bien el asesinato como vía para la consecución de la consumación del deseo sexual por alguien).
    El peso del pasado, como digo, se encuentra muy presente en la caracterización de varios de los personajes de Moontide, tal es el caso de Bobo, un estibador francés, vagabundo y que vive al día, y que se encuentra casualmente en la localidad costera de San Pablo, California, sobre el cual penden las sospechas de que, cuando bebe en exceso (y lo hace con frecuencia), pierde el control sobre sí mismo y es capaz, se dice, de estrangular a un hombre hasta matarle, y por eso mismo se sospecha que pueda ser el responsable, en circunstancias parecidas a las mencionadas, del asesinato de Pop Kelly (Arthur Aylesworth), un viejo marinero de la zona. Lo mismo ocurre con Anna (Ida Lupino), la joven a la cual Bobo ha salvado la vida, rescatándola del mar en donde se ha internado con la intención de ahogarse, y respecto a la cual nunca sabremos las razones que la condujeron a tan drástica decisión; y con Tiny (Thomas Mitchell), el compañero de viaje de Bobo, quien parece ocultar oscuros secretos del pasado del hombre al que acompaña a todos lados y a expensas del cual vive, cual parásito. Un secretismo, o si se prefiere un misterio, que se extiende a personajes secundarios que, con su presencia, contribuyen a reforzar esa atmósfera de incertidumbre, tal es el caso de Nutsy (Claude Rains), el amigo de Bobo y Anna que se gana la vida como vigilante nocturno de los almacenes del puerto, pero cuyo aspecto, conducta y elegante forma de hablar sugiere la presencia de alguien refinado venido a menos (hay un momento en el cual el personaje afirma haber cursado estudios universitarios, lo cual hace más extraño verle desenvolverse ahora por esos ambientes); e, incluso, del Dr. Frank Brothers (Jerome Cowan), el hombre que intenta salir a pasear en lancha con una joven que no es su esposa —un personaje sin nombre: otra figura misteriosa (Helene Reynolds)—, quizá huyendo de quién sabe qué desastroso matrimonio.
    También se encuentra muy presente en Moontide, repito, esa asociación tan “languiana” entre amor y sexo, violencia y asesinato. Ya hemos mencionado que en torno al personaje de Bobo recae la sospecha de que, cuando se emborracha, puede tener reacciones brutales; como él mismo le confiesa a Anna, en cierta ocasión estuvo a punto de estrangular a un hombre que, previamente, había intentado matarle con un cuchillo; de hecho, antes de que se produzca esa confesión y de que conozca a Anna, hemos visto a Bobo liar una pelea en un bar por coquetear en exceso con “la chica” de otro hombre; después de este incidente, y de una larga noche de borrachera, le vemos intentando echarse agua sobre la cabeza para despejarse, sin darse cuenta de que lleva puesto un sombrero de capitán de barco: se trata, a simple vista, de un mero rasgo de humor destinado a describir la despreocupación del personaje, pero más adelante recordaremos que, en efecto, Bobo antes no llevaba sombrero alguno, y que ese gorro pertenece —lleva su nombre escrito en el forro interior— a Pop Kelly, el viejo marino asesinado, presuntamente, por Bobo. Ello parece justificar la ambigüedad de la conducta de Tiny, quien al parecer ha sido testigo del asesinato de Pop Kelly a manos —se supone— de Bobo, y parece temer que la policía pueda detener a Bobo e implicarle a él, en calidad de cómplice o encubridor, de este crimen. Por otro lado, y por más que ella se niega a contarlo y que Bobo respeta su decisión de no darle detalles, sobre el intento de suicidio de Anna pende la posibilidad de que haya sido provocado por un desengaño amoroso, sospecha que adquiere fuerza a partir del momento en que Anna se enamora de Bobo y recupera, así, una ilusión por vivir que creía perdida.
Por más que se eche en falta la turbulencia y sequedad que Fritz Lang hubiese podido transmitirle a esta curiosa historia de personajes solitarios, lo cierto es que el realizador Archie Mayo —o Archie L. Mayo, tal y como figura en algunos lugares—, y a quien se le deben algunos títulos de interés, como La senda del crimen (1930), Svengali (1931) o El bosque petrificado (1936), solventa Moontide con elegancia y eficacia. Apoyado en la gran labor de sus intérpretes —magníficos Gabin, Lupino, Mitchell y Rains—, y en la ejemplar labor fotográfica de Charles G. Clarke y un no acreditado Lucien Ballard, consigue una película aparentemente pequeña y modesta de formato, que transcurre en escasos y limitados escenarios —el bar El Punto Rojo; el hotel donde se aloja Bobo antes de trasladarse definitivamente a la casa flotante junto al rompeolas, donde acepta vivir y ganarse la vida vendiendo cebo para los pescadores; la lancha del Dr. Brothers—, pero extrae de los mismos, así como del dibujo de las relaciones entre los personajes, una notable intensidad. Anotemos al respecto la excelente presentación de Bobo, Tiny y Nutsy en El Punto Rojo, en una secuencia de una coreografía casi musical; la intensidad de los momentos “fuertes”, en particular los que dibujan la amenaza que se cierne sobre la indefensa Anna por culpa de la obsesión de Tiny (no me resisto a señalar ese magnifico plano en el cual vemos a Tiny salir de la oscuridad del rompeolas, y acercándose a Anna, como si fuera un fantasma vengativo); o el espléndido y muy ambiguo clímax en ese mismo rompeolas entre Bobo y Tiny. Anoto, asimismo, la amargura y cruel ironía del “final feliz” del relato, con una Anna con la espalda lesionada y que quizá no podrá volver a andar, volviendo al hogar en brazos de Bobo, convertida así en una especie de “sirena” sin piernas: recordemos que, la primera vez que ambos se encontraron, fue en las aguas del mar de las cuales fue rescatada / “pescada”.

Tomás Fernández Valentí




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