miércoles, 17 de enero de 2018

«LA JUNGLA DE ASFALTO» (1950): LA CIMA DEL CINE NEGRO DE JOHN HUSTON

SINOPSIS: El ex convicto Dix Hanley recluta una banda de especialistas para atracar un banco de la ciudad de Nueva York. El plan se estudia con detalle, participando en la operación el especialista alemán en cajas fuertes Doc Erwin, el fiel Gus y el ex-comisario de policía Hardy, bajo las órdenes de Dix Hanley, quien comparte una tortuosa relación con la bella Doll Conovan, desconocedora de las intenciones profesionales de su amante. El atraco se desarrolla según las indicaciones previstas, pero una pequeña distracción pone al descubierto a la banda.
COMENTARIO: John Huston afrontó la dirección de La jungla de asfalto (1950) después a adquirir una notable experiencia siendo responsable tras las cámaras de títulos como El halcón maltés (1941) y Cayo Largo (1948), y elaborando guiones para producciones circunscritas al género negro. Con La jungla de asfalto, sin embargo, llegaría a su particular cumbre dentro del género con un magnífico retrato de un heterogéneo grupo de personajes que preparan el atraco a una joyería —Stanley Kubrick se inspiraría en la obra de Huston para dirigir Atraco perfecto (1956), compartiendo incluso protagonista, Sterling Hayrden gracias al cual sueñan rehacer sus vidas y dar rienda suelta a la solución de alguna de sus frustraciones. A partir de adaptar la novela homónima de William R. Burnett (1899-1982), Huston orquesta un relato intenso, aparte de ofrecer un realista estudio sobre las motivaciones de un grupo de personajes, integrantes de un cosmos que muestra la oposición entre la ciudad, como nido de corrupción, y la naturaleza como refugio de la libertad y que, sin ningún género de dudas, se debe equiparar as cimas de otras obras maestras del noir dirigidas por directores de la talla de Howard HawksEl sueño eterno (1946)—, Otto PremingerLaura (1944)— o Raoul Walsh —El último refugio (1941) y Al rojo vivo (1949)—, por citar algunos casos significativos.
Como apuntaba, el material de partida nació de la pluma de William R. Burnett, un escritor estadounidense al que se le reconoce como el máximo exponente de la llamada crook story, un subgénero de la literatura negra y criminal en la que el delincuente asume el protagonismo de la narración y que nos muestra la historia a través de sus ojos. El tono asumido por el escritor, emparejándolo en muchos momentos el estilo del gran Dashiell Hammett, no es óbice para no destacar de él su carácter realista y documentalista al abordar historias sórdidas, tratadas de un modo conciso y frío, en el que los protagonistas se ven inmersos en un círculo violento marcado por pautas de conducta, que inexorablemente se verán abocadas al fracaso. Para el escritor norteamericano el hecho personal, de irse a vivir a Chicago hacia finales de los años 20 —una ciudad profundamente marcada por todos esos factores— contribuyó a asentar las bases de su literatura, así como para entrar posteriormente en el mundo del cine conviriténdose al cabo de los años en un prolífico escritor de guiones o adaptador cinematográfico de sus propias novelas.
   La comunión, por tanto, entre las personalidades de Huston y Burnett se establece con el guión confeccionado al alimón para El último refugio de Raoul Walsh, que tendría continuidad con La jungla de asfalto, pero ahora ya bajo la dirección del primero. En la génesis de la películase dio la circunstancia del divorcio de John Huston, que sangraría su economía hasta el punto de verse obligado a firmar un contrato con la Metro. La major le propuso de entrada la dirección de Quo Vadis?. No obstante, discrepancias de última hora entre director y productora llevaron a la adaptación de la obra magna del polaco Henryk Sienkiewicz al despacho de Mervyn Leroy. Al salir del proyecto, Huston parecía en disposición de trasladar a la gran pantalla la obra de Burnett —quin había actuado como consultor de Quo Vadis?—, encontrando en Ben Madow el colaborador idóneo para el que significaría el retorno del cineasta a un terreno conocía con suficiencia: el cine negro.
   En La jungla de asfalto Huston establece un acertado paralelismo entre atracadores y hombres de negocios, ya que entre las filas de los protagonistas no encontraremos a gangsters de gatillo fácil o personajes desequilibrados; son especialistas. El respeto que se profesan entre ellos depende de la capacidad de cada uno para abordar lo que es un trabajo. Por consiguiente, en esta «jungla» a la que alude al título encontraremos un abogado corrupto (interpretado por un refinado Louis Calhern) dominado por una rubia (una primeriza Marilyn Monroe); a una camarera (maravillosa Jean Hagen) enamorada de un desquiciado y reticente pistolero, a la par que soñador  (un sobresaliente Hayden) y un frío «cerebro» experimentado (Sam Jaffe). A este variopinto grupo, sometidos a un destino caprichoso, se les añadirán el guardaespaldas del abogado, el chofer del atraco y el «revientacajas», además y como no podía ser de otro modo, del policía corrupto.
   En definitiva, toda una fauna de personajes putrefactos que esconden las más oscuras motivaciones personales para alcanzar sus objetivos, que serían nuevamente retomados para un posterior y no tan oscuro remake westerniano servido de la mano de Delmer Daves, el sólido Arizona, prisión federal (1958). No obstante, las inquietudes de Huston en ese momento estaban lejos del cinemascope de las praderas del film de Daves y el director de Sangre sabia, dirige un film pleno de las constantes que han caracterizado su filmografía. Huston narra con una extraña y pasional concisión. Su mirada serena, cobra mucha fuerza, ayudada en gran parte por la banda sonora de un inspirado Miklós Rózsa y por la cámara del operador Harold Rosson, que dominando el juego de luces y sombras —tanto en interiores como en exteriores— en su fotografía en blanco y negro ofrece una película repleta de primeros planos, con enfáticas y crispadas angulaciones de una cámara de matices expresionistas, anteponiendo sentimientos subjetivos a observaciones objetivas. Unas características que, a la postre, redundan en un film vigoroso y funesto a la vez.
   El film se cierra con un desenlace trágico, tristemente lírico, con el personaje de Dix, el pistolero, el mismo hombre del inicio de la película, corriendo de nuevo. Pero ahora, está herido de muerte (no se puede volver atrás) hacia ese sueño suyo —esos caballos que simbolizan su deseo de ser granjero y su recuperación de una libertad perdida en la gran ciudad—, en un prado eminentemente luminoso, contrastando con el resto de un oscuro film que conduce irremediablemente al abismo, ya que la luminosidad del campo no casa con la corrupción de la ciudad. Por lo tanto, esa magnífica película que es  La jungla de asfalto contiene en su interior un marcado mensaje pesimista, en el que cada secuencia respira el mismo aire hasta su desarrollo último en el que se tergiversan los discursos habituales sobre loosers, otorgándoles, esta vez, una entrañable dignidad humana.

Lluís Nasarre







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