SINOPSIS: El ex convicto Dix Hanley recluta una banda de especialistas
para atracar un banco de la ciudad de Nueva York. El plan se estudia con
detalle, participando en la operación el especialista alemán en cajas fuertes
Doc Erwin, el fiel Gus y el ex-comisario de policía Hardy, bajo las órdenes de
Dix Hanley, quien comparte una tortuosa relación con la bella Doll Conovan,
desconocedora de las intenciones profesionales de su amante. El atraco se
desarrolla según las indicaciones previstas, pero una pequeña distracción pone
al descubierto a la banda.
COMENTARIO: John Huston afrontó la dirección de La
jungla de asfalto (1950) después a adquirir una notable experiencia siendo
responsable tras las cámaras de títulos como El halcón maltés
(1941) y Cayo Largo (1948), y elaborando guiones para
producciones circunscritas al género negro. Con La jungla de asfalto, sin
embargo, llegaría a su particular cumbre dentro del género con un magnífico
retrato de un heterogéneo grupo de personajes que preparan el atraco a una
joyería —Stanley Kubrick se inspiraría en la obra de Huston para dirigir
Atraco perfecto (1956), compartiendo incluso protagonista,
Sterling Hayrden— gracias al cual sueñan rehacer sus vidas y dar rienda
suelta a la solución de alguna de sus frustraciones. A partir de adaptar
la novela homónima de William R. Burnett (1899-1982), Huston orquesta un relato
intenso, aparte de ofrecer un realista estudio sobre las motivaciones de un
grupo de personajes, integrantes de un cosmos que muestra la oposición entre la
ciudad, como nido de corrupción, y la naturaleza como refugio de la libertad y
que, sin ningún género de dudas, se debe equiparar as cimas de otras obras
maestras del noir dirigidas por directores de la talla de Howard Hawks
—El sueño eterno (1946)—, Otto Preminger —Laura (1944)—
o Raoul Walsh —El último refugio (1941) y Al rojo vivo
(1949)—, por citar algunos casos significativos.
Como apuntaba, el material de partida nació de
la pluma de William R. Burnett, un escritor estadounidense al que se le reconoce
como el máximo exponente de la llamada crook story, un subgénero de la
literatura negra y criminal en la que el delincuente asume el protagonismo de la
narración y que nos muestra la historia a través de sus ojos. El tono asumido
por el escritor, emparejándolo en muchos momentos el estilo del gran Dashiell
Hammett, no es óbice para no destacar de él su carácter realista y
documentalista al abordar historias sórdidas, tratadas de un modo conciso y
frío, en el que los protagonistas se ven inmersos en un círculo violento marcado
por pautas de conducta, que inexorablemente se verán abocadas al fracaso. Para
el escritor norteamericano el hecho personal, de irse a vivir a Chicago hacia
finales de los años 20 —una ciudad profundamente marcada por todos esos
factores— contribuyó a asentar las bases de su literatura, así como para entrar
posteriormente en el mundo del cine conviriténdose al cabo de los años en
un prolífico escritor de guiones o adaptador cinematográfico de sus propias
novelas.
La comunión, por tanto, entre las
personalidades de Huston y Burnett se establece con el guión confeccionado al
alimón para El último refugio de Raoul Walsh, que tendría continuidad
con La jungla de asfalto, pero ahora ya bajo la dirección del
primero. En la génesis de la películase dio la
circunstancia del divorcio de John Huston, que sangraría su economía hasta el
punto de verse obligado a firmar un contrato con la Metro. La major le propuso
de entrada la dirección de Quo Vadis?. No obstante, discrepancias de
última hora entre director y productora llevaron a la adaptación de la obra
magna del polaco Henryk Sienkiewicz al despacho de Mervyn Leroy. Al salir del
proyecto, Huston parecía en disposición de trasladar a la gran pantalla la obra
de Burnett —quin había actuado como consultor de Quo Vadis?—,
encontrando en Ben Madow el colaborador idóneo para el que significaría el
retorno del cineasta a un terreno conocía con suficiencia: el cine
negro.
En La jungla de
asfalto Huston establece un acertado paralelismo entre
atracadores y hombres de negocios, ya que entre las filas de los protagonistas
no encontraremos a gangsters de gatillo fácil o personajes desequilibrados; son
especialistas. El respeto que se profesan entre ellos depende de la capacidad de
cada uno para abordar lo que es un trabajo. Por consiguiente, en esta «jungla» a
la que alude al título encontraremos un abogado corrupto (interpretado por un
refinado Louis Calhern) dominado por una rubia (una primeriza Marilyn Monroe); a
una camarera (maravillosa Jean Hagen) enamorada de un desquiciado y reticente
pistolero, a la par que soñador (un sobresaliente Hayden) y un frío «cerebro»
experimentado (Sam Jaffe). A este variopinto grupo, sometidos a un destino
caprichoso, se les añadirán el guardaespaldas del abogado, el chofer del atraco
y el «revientacajas», además y como no podía ser de otro modo, del policía
corrupto.
En definitiva, toda una fauna de
personajes putrefactos que esconden las más oscuras motivaciones personales para
alcanzar sus objetivos, que serían nuevamente retomados para un posterior y no
tan oscuro remake westerniano servido de la mano de Delmer Daves, el
sólido Arizona, prisión federal (1958). No
obstante, las inquietudes de Huston en ese momento estaban lejos del cinemascope
de las praderas del film de Daves y el director de Sangre sabia, dirige
un film pleno de las constantes que han caracterizado su filmografía. Huston
narra con una extraña y pasional concisión. Su mirada serena, cobra mucha
fuerza, ayudada en gran parte por la banda sonora de un inspirado Miklós Rózsa y
por la cámara del operador Harold Rosson, que dominando el juego de luces y
sombras —tanto en interiores como en exteriores— en su fotografía en blanco y
negro ofrece una película repleta de primeros planos, con enfáticas y crispadas
angulaciones de una cámara de matices expresionistas, anteponiendo sentimientos
subjetivos a observaciones objetivas. Unas características que, a la postre,
redundan en un film vigoroso y funesto a la vez.
El film se cierra con un desenlace trágico,
tristemente lírico, con el personaje de Dix, el pistolero, el mismo hombre del
inicio de la película, corriendo de nuevo. Pero ahora, está herido de muerte (no
se puede volver atrás) hacia ese sueño suyo —esos caballos que simbolizan su
deseo de ser granjero y su recuperación de una libertad perdida en la gran
ciudad—, en un prado eminentemente luminoso, contrastando con el resto de un
oscuro film que conduce irremediablemente al abismo, ya que la luminosidad del
campo no casa con la corrupción de la ciudad. Por lo tanto, esa magnífica película que es La jungla de
asfalto contiene en su interior un marcado mensaje pesimista, en el que
cada secuencia respira el mismo aire hasta su desarrollo último en el que se
tergiversan los discursos habituales sobre loosers, otorgándoles, esta
vez, una entrañable dignidad humana.
Lluís Nasarre
Lluís Nasarre
No hay comentarios:
Publicar un comentario